Reproducimos una vez más otro árticulo que ha aparecido recientemente respecto a la vida de Don Manolo, en este caso en el boletín NÚMERO 56 de CCOO.

 

Sus hijos y sus alumnos llegaron a tiempo.

 

Vivió los últimos años de su vida con la sensación de que lo había hecho todo mal. Y a punto estuvo de marcharse definitivamente con la amargura y la desolación en el corazón.

 

Él, un hombre entregado en cuerpo y alma a una vocación, a un compromiso, a una labor hercúlea, a crear un jardín donde todo era erial.

 

Él, que contribuyó a salvar a cientos, miles de personas de todo un pueblo, que sacó de la calle y dio formación musical y personal a centenares de niños y niñas en unos años, como los de ahora, muy complicados.

 

Él, un hombre que amaba a su mujer y a sus hijos, quizás, los descuidó. Era tan inmensa su labor, tanto lo que consiguió, que, seguro, en algunas cosas no acertó plenamente.

 

Cuántos de nosotros podremos decir que hemos hecho algo importante por los demás, cuántos de nosotros podremos decir que hemos acertado plenamente.

 

Imagínense un pueblo como éste en los años setenta, sin apenas colegios. Sin apenas servicios públicos. Un pueblo con las calles sin asfaltar, mientras se construían miles de nuevas viviendas. Un pueblo sin infraestructuras de ningún tipo. Con gentes venidas sobre todo del sur más pobre de este país, aún sumido en la dictadura.

 

Imagínense un hombre con una formación musical extraordinaria, que podría haber disfrutado en exclusiva para sí y para los suyos de una situación relativamente cómoda, sin complicaciones. Un hombre que sabe cuán importante es la formación, la cultura para las personas. La cultura, él lo vivió, permite sacar de la pobreza vital e intelectual a la más humilde de las personas.

 

A nosotros que andábamos perdidos en nuestra niñez y adolescencia, condenados a seguir siendo los últimos eslabones de la sociedad, nos dio la oportunidad de salir adelante con más posibilidades, a unos directamente, ofreciéndoles un futuro profesional, a otros, una cultura musical que completaba nuestra formación. Esa labor ha continuado todos estos años.

 

Y, sin embargo, se creyó un fracasado. En su familia, en su escuela.

 

Su familia, con todo el derecho del mundo, le reclamaba para sí, no es fácil aceptar la entrega de tu ser querido a una causa mayor. Cuántas veces hemos visto que personas que han hecho un gran bien a la sociedad, no han acertado plenamente en sus familias, pero es que, desgraciadamente, siempre se queda algo en el camino.

 

Sus hijos, su mujer tampoco está ya, deben estar enormemente orgullosos de él, es verdad que se lo robamos, pero hizo tanto bien. Gracias infinitas por haberlo compartido.

 

No es justo lo que estamos haciendo con personas que entran en edades de poder ser jubiladas. No nos podemos permitir, como sociedad, desaprovechar el gran caudal de experiencia y sabiduría de los profesionales mejor cualificados. Y aquí, es eso lo que está ocurriendo. Lo ocurrido con Don Manolo fue que, aprovechando una baja en el umbral de su jubilación, se le dio una patada sin más excusa que su edad.  Es evidente que alcanzada la edad de jubilación todo el mundo tiene el derecho a retirarse dignamente. Pero aquí estamos hablando de otra cosa. Hay situaciones excepcionales para hombres excepcionales.

 

Estamos hablando de que ni siquiera se contempló la posibilidad de una situación emérita, un rincón, un asesoramiento. La nada más absoluta fue el agradecimiento que recibió. De la manera más vil, se le despojó de su proyecto vital. La mediocridad política y musical, con la osadía de los ignorantes, decidió, de un plumazo que era un estorbo para sus fines. Cuando ni siquiera tenían fines ni objetivos a la vista, precisamente por ser algunos responsables políticos y musicales, actuales y  pasados, de una vulgaridad insultante para la razón.

 

Que este pueblo tenga cultura musical, que haya sido reconocido aquí y en Pernambuco, que esta Escuela de Música haya parido excelentes profesionales se lo debemos, principalmente, a Don Manolo, con sus defectos y con sus grandes virtudes.

 

Uno que ha visto todo el proceso, en los inicios desde dentro, pero sobre todo desde fuera, aprecia en toda su magnitud la gran labor realizada, gracias, como siempre, a alguien que supo ver allí donde no había luz.

 

Don Manolo no fracasó ni en su familia ni en su escuela, y, afortunadamente, lo pudo comprobar el día de su homenaje, realizado por sus alumnos, que realmente sabían quien había sido el artífice de todo. Gracias de corazón a quien lo organizó, y a todos los que participaron, por habernos dado la última oportunidad de agradecérselo personalmente.

 

Pero gracias, sobre todo, porque Manuel Rodriguez Sales supo que podía descansar en paz.

 

Luis González Carrillo